Una de las cosas que me ha dado el blog, en las últimas semanas, es pensar con otra mirada, fijarme en lo cotidiano y analizar sus orígenes y consecuencias. Me explico. Hace poco estuvimos en el pediatra por una tos que no acababa de irse (cosas de empezar la guardería, que lo cogemos todo. Lo coge primero Maya y luego lo comparte con sus padres, que para eso nos quiere tanto).
Estando en la sala de espera inicié sin darme cuenta, un estudio sociológico digno de cualquier doctorado. La tesis versaba sobre el comportamiento actual de los padres con sus hijos y los grados o muestras de responsabilidad.
Imagen de una sala de espera cualquiera
Me sorprendieron sus reacciones. La gran mayoría estaban sentados junto a sus hijos, sus seres más queridos, y sin mediar palabra. Los menores, revoloteaban con juguetes, biberones, mocos y toses varias. Los más mayores, que rondarían los 7- 9 años, esperaban pacientes y convalecientes, sabedores de que un minuto más ahí era un minuto menos en el colegio.
Hubo un caso de especial análisis que copó toda mi atención. Una madre llegó acompañada de dos de sus hijos. Ambos, de unos 3 y 5 años respectivamente, se sentaron en el suelo y comenzaron a jugar con sendos camiones. Fueron varias las veces que la madre, desde su asiento, les llamó la atención sobre el ruido que estaban generando (quizás padecía algún tipo de sordera especial, ya que el sonido envolvente en la sala era cuanto menos, tranquilo y apacible). Tras unos minutos de insistencia, se levantó pero no para acudir hacia sus hijos en una reprimenda mayor, sino que se dirigió al baño. A su salida, para mi sorpresa, se sentó en una silla situada en el extremo opuesto de la sala para encerrarse en lo que internet le deparaba por la pantalla del móvil.
No es que yo sea una madre modelo (ni quiero aquí hacer gala o demostración de nada similar) pero en todo ese tiempo (unos 15- 20 minutos) estuve con mi pequeña en brazos, jugando con las llaves o recorriendo la sala de un lado a otro, parándonos en los posters de bebés sonrojados, rubios y rechonchos (hay que ver qué niños más rechonchos!). Otro padre, repetía los gestos con su hijo, con el que Maya intercambió algún "tete" o "nene" de cortesía.
Llevábamos 50 minutos de espera. Todos teníamos ganas de salir a la calle y soltar a nuestras pequeñas bestias. Es cierto que todo padre y madre necesita momentos de intimidad, de
desahogo, porque los hijos absorben todo nuestro espacio- tiempo, pero ¿es necesario acompañar a tu hijo al médico y sentarte a contemplar "loquesea" en el móvil? Los padres tenemos una responsabilidad muy grande para con nuestros hijos y se llama ejemplo en el educar, en el saber estar y en el comportamiento hacia todo lo que nos rodea.
Solemos comentar la falta de respeto que tienen los jóvenes hoy día, sus vidas enganchadas a las redes sociales y la escasa comunicación que tienen con los demás, sobre todo, con sus padres. Veamos un poco el espejo de nuestras vidas, quizás ahí encontremos la solución.
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