Cuando Maya nació, mi modo de vida se transformó. Parece la cosa más lógica del mundo, pero para quien no ha vivido la m(p)aternidad, no se hace una idea de todo lo que supone. De los miedos e incertidumbres que te atrapan en el embarazo, unidos a los golpes de responsabilidad que atacan de vez en cuando, nada hace imaginar lo que ese pequeño ser va a llegar a revolucionar. Concretamente nosotros parecíamos un pollo sin cabeza corriendo de aquí para allá. Poco a poco la normalidad se fue instaurando casi sin darnos cuenta. Pero ya no la normalidad de antes, sino los hábitos y rutinas que poco a poco empezábamos a crear.
Cuando mostramos la primera foto de nuestra pequeña (sólo la mano cogida al dedo de papá, pues preferimos que sea ella quien decida cómo y cuándo aparecer) el comentario que más nos llamó la atención fue "Cuando lo increíble forma parte de lo cotidiano para siempre" Y es que todavía no éramos conscientes de la incuestionable verdad que mostraba.
Y es que así es. Todos los miedos y todas las inseguridades se fueron disipando de una forma natural, hasta tal punto que ya no recordamos qué hacía o cómo era Maya de recién nacida, y ya no digamos cómo fue la etapa del embarazo. Esos recuerdos se han arrinconado para dejar paso, orgullosos, a los nuevos descubrimientos de la pequeña, los cuales no sabemos quién vive con más intensidad, si ella o los papás embobados.
Para las siguientes entradas tendré que tirar de fototeca para poder agudizar con acierto mi memoria. Seguro que Maya lo agradecerá cuando acuda a esta bitácora y se lea.
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