La pasada semana nos escapamos unos días a la playa, Maya, su papá y yo, para descansar y disfrutar de los primeros días de verano sin los agobios propios de la temporada estival a la orilla del mar.
En plenas vacaciones nos enteramos que habíamos hecho dos reservas de más y que no habíamos cancelado a tiempo, por lo que nos iban a cargar la totalidad de las habitaciones con pensión completa incluida. Estamos hablando de unos 700 € así de golpe. De la sorpresa y sopor del primer momento, al llanto inconsolable después, pasamos por llamadas de emergencia a los hoteles y compañía de reservas para solucionar el tema. Al final, sólo nos cargan una noche de uno de los hoteles (80 €). Hemos tenido mucha suerte.
Al día siguiente me llega el peor mensaje que se puede recibir. El hijo de una amiga había nacido de forma prematura y tras unos días en la UCI, nos deja. No voy a hablar aquí de eso, por respeto a las familias y porque se me hace muy duro y difícil. Mi agobio por el problema del día anterior, con sus 80 o 700 € entonces, no son nada.
Coincidencias de la vida, como si el destino lo hubiera querido así, veo un documental en La2 titulado "700 gramos" y leo a Sergio del Molino en su blog "Los niños no se mueren". Ambos tratan sobre algo de lo que nadie quiere hablar.
El documental refleja objetivamente el día a día de una unidad de neonatos en una ciudad inglesa. Bebés de 700 gramos y apenas 20 centímetros, llenos de tubos conectados a máquinas horribles, pero que permiten que su evolución siga siendo como cuando estaban en el vientre de sus madres. Pienso, la tecnología... lo que nos ha ayudado. En cambio, las madres del documental ven a sus hijos y no sienten que sean suyos. No los han podido tocar, no se los han podido llevar a casa, no les han podido dar de mamar. Aquí el instinto maternal se rasga. Se palpa la tensión de los padres entrando en las habitaciones y viendo un pedacito de carne que es suyo, pero al que quieren y rechazan a partes iguales. Algunos bebés a las 5 semanas pueden salir del espacio de cuidados intensivos y pasan a otra habitación, siempre que su evolución haya sido próspera. Otros se quedan en el camino. Y de esos, nadie habla. Recuerdo las palabras de una amiga matrona que ha visto muchos casos similares y dice "es la naturaleza, la ley del más fuerte".
Sergio, en su blog, habla de la muerte de su hijo Pablo coincidiendo con la absurda y miserable idea de que los niños en este país no se mueren. En un país desarrollado como el nuestro eso no es tema de conversación que quepa en ningún titular. Habla de cómo los niños y niñas enfermos no son lo suficientemente importantes para el sistema sanitario como para otorgarles unidades de cuidados paliativos en sus casas, con enfermeras, médicos y todos los instrumentos necesarios para llevar sus últimos días con la dignidad que se merecen, ellos y sus familias.
Es triste hablar de todo esto, claro que sí, pero se debe hablar. Con los recortes en sanidad, algunas, las pocas unidades de cuidados paliativos infantiles de los hospitales que hay, se están yendo al garete porque las cuentas no salen. LAS CUENTAS NO SALEN!!! Preferimos mirar hacia otro lado. Y sus padres no hablan, no protestan, no se manifiestan, porque están cansados por el dolor y porque tienen el refugio de sus allegados y de los psicólogos.
Los niños se mueren, no como en Nigeria o en Ecuador. Se mueren porque aun existiendo todo lo necesario, todos esos hospitales tan bonitos que los políticos han inaugurado con enormes fotos a color en las portadas, ahora no son rentables y por eso las vidas de los niños, tampoco.
Me entristece y enfurezco a la vez, al ver que el dolor de una madre y de un padre no es un asunto público. Porque ese dolor, sólo se vive desde dentro, y a nosotros, qué mas nos da.
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